NS

NS

5 de ago. de 2008

Uma Revolução Cheia de Ódios

Caros visitantes, aqui fica mais um texto sobre a perseguição religiosa em Espanha que descobri hoje por acaso nas minhas voltas pela net.

El 14 Abril de 1931 se proclamó en España la Il República. Venía engarzada en promesas de cambio y de redención proletaria. Las dos fuerzas más activas entonces en el panorama internacional, la masonería y el comunismo, trabajaron para hacerse con el poder. La una aspiraba a regir a los grupos selectos de intelectuales. El otro consideraba llegado el momento de una trasformación radical de las estructuras sociales y económicas.
La Constitución de la República y las diversas leyes, sobre todo las referentes a la educación, resultaron, no sólo injustas, sino rencorosas, vejatorias y opresivas.
Cuando llegaron los primeros desengaños, se incrementaron los sentimientos de venganza y de violencia. En las elecciones generales de 1933 tuvieron mayoría los partidos de derechas y se prepararon para asumir el Gobierno de la Nación. Los poderosos representantes políticos y sindicales de izquierdas amenazaron con hacer estallar la Revolución proletaria si esa entrada en el Gobierno se producía.
El 4 de Octubre de 1934, el nuevo Presidente del Gobierno, Alejandro Lerroux, del Partido Radical, entregó tres carteras ministeriales al grupo de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Era la señal anunciada. En todo el país se intentó hacer surgir la Revolución, cuidadosamente preparada por los dirigentes político-sindicales, entre los que destacaba el líder nacional Francisco Largo Caballero.
En casi todos los lugares existieron desórdenes. Pero fueron rápidamente dominados por las Fuerzas del Orden Público. La Huelga General fue remitiendo al mismo tiempo que la atención de toda la Nación se dirigía hacia Asturias. Allí las masas obreras dominaron rápidamente las cuencas mineras y las áreas industriales; y se lanzaron frenéticamente a la conquista de la ciudad de Oviedo, capital de la Región.
Ante la gravedad de los acontecimientos, se declaró en toda España el estado de guerra. Fuerzas militares, al mando del General Eduardo López Ochoa, y dirigidas desde el Estado Mayor Central de Madrid por el General Francisco Franco, llamado para ello con toda urgencia a la capital, se dirigieron hacia Asturias para sofocar la rebelión. Unas desembarcaron en el puerto de Gijón. Otras se dirigieron por el paso montañoso de Pajares.
Unos cinquenta mil mineros y obreros industriales se hallaban alzados en armas. A medida que se iban-haciendo dueños de la situación, imponían su organización revolucionaria en las diversas localidades.
Muchos edificios eran pasto de las llamas o de las explosiones. Obras de arte magníficas, como la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, joya del románico asturiano, la Universidad y el Palacio Episcopal, quedaron destruídos.
Las venganzas y los saqueos se multiplicaban, sin que los dirigentes del movimiento pudieran hacer nada por evitarlo. Rámon González Peña, que mandaba en la zona de Mieres, y Belarmino Tomás, cuya influencia se radicaba en Sama y en todo el valle del Nalón, lanzaban constantes proclamas, con amenazas y vituperios para los que no respetaban la disciplina y el orden revolucionarios que aspiraban a establecer. Pero sus voces se perdían en la algarabía de las masas desbordadas.
El progresivo y seguro avance de las tropas militares hizo comprender a los más responsables que la aventura de su alzamiento conducía hacia el fracaso. El día 12 de Octubre pretendieron dar por concluido la Revolución y cursaron órdenes a los diversos Comités locales para comenzar el repliegue hacia los valles mineros. Pero muchos se negaron a obedecer y los miembros más osados del partido Comunista se apoderaron de la dirección de la insurreción.
Esta postura desesperada prolongó una semana más las luchas y los sufrimientos de la población. Al fin, una negociación entre el General López Ochoa y el jefe rebelde Belarmino Tomás, condujo al alto el fuego, de modo que el día 19 las tropas tomaron todos los lugares.
Por las calles y las carreteras quedaban más de un millar de muertos, sobre todo en la ciudad de Oviedo. Y eran varios millares los heridos en los hospitales.
Desde el primer momento llamó la atención la agresividad manifestada por los revolucionarios contra los sacerdotes y religiosos. Muchos de ellos fueron detenidos y encerrados en improvisadas cárceles sin explicación alguna. Otros fueron confinados en sus propias casas, como aconteció a la mayor parte de los Hermanos que estaban en las zonas mineras de Asturias.
El tributo de sangre de los sacerdotes y religiosos fue verdaderamente elevado, sobre todo si tenemos en cuenta cómo se produjeron algunas de las muertes. Es digno de recordar el sacrificio de los seis seminaristas de Oviedo, ametrallados el día 7, domingo, en un callejón de Oviedo. Dos días antes, el primer día de los desórdenes, habían si do asesinados en Mieres, cerca de su Convento, dos jóvenes Pasionistas que trataban de refugiarse lejos de su, casa, a punto de ser asaltado por las turbas. Uno de ellos, Amadeo Andrés Celada, había sido alumno de los Hermanos en Santander, precisamente cuando el Hno. Cirilo había estado allí como Director de la Escuela del Círculo Católico.
También había sido alumno de los Hermanos, en Mieres, el Carmelita Padre Eufrasio del Niño Jesús, que fue juzgado sumariamente y condenado por sus apostólicas labores con los más necesitados. Murió en una calle de Oviedo el día 12 y su cadáver quedó abandonado varias jornadas en plena calzada.
El venerable sacerdote Paúl, D. Tomás Pallarés, que fue asesinado el día 13, había sido Profesor del Colegio La Salle, de la Orotava, en la isla canaria de Tenerife.
En total murieron 33 religiosos y sacerdotes durante los sangrientos sucesos: 10 sacerdotes diocesanos, 6 seminaristas, 3 Pasionistas, 3 Paúles, 2 Jesuitas y un Carmelita, además de los 8 Hermanos de las Escuelas Cristianas de Turón.