Había entrado el invierno en Rusia, atrás ya había quedado el Campamento de Grafenwöhr, de doscientos kilómetros cuadrados, la salida para el frente, un 20 de agosto; la primera nevada con intensidad en el subsector de Novgorod, lago Ilmen y parte del río Wolchow y el primer ataque ruso, "Teniente Escobedo a Comandante Román. El enemigo ataca con fuerzas muy superiores. Replicamos con todos los medios. La posición será defendida hasta el último hombre". También se sucedieron las primeras bajas, los ataques rusos sobre Sitno y Tigoda, logrando cortar la comunicación entre ambos poblados; los bombardeos sobre el Monasterio Ottenski; y las épicas defensas de Possad y Dubrovka. Llegada la Navidad, se intentó celebrarla con la mayor alegría dentro de la natural nostalgia, pero los rusos no dejaron pasar días tan señalados sin lanzar nuevos golpes de mano. Era la tarde del 24 de diciembre. Radio Macuto* propagaba que habría rancho extraordinario con productos de la Patria, pero los soviéticos no conocían de celebraciones. El comandante Suárez Roselló, jefe del tercer batallón, no sólo contuvo el ataque del enemigo infiltrado por los flancos sobre Gorka, sino que lo repelió desalojando al enemigo y ocasionándoles sesenta muertos y veinte prisioneros. La noche de Pascua estaba a la vuelta de la esquina. Los españoles se esfuerzan en crear un ambiente lo más festivo posible. Incluso en algunos bunkers, y fieles a su espíritu católico, han hecho unos pequeños nacimientos con figuras de madera, tela y chapa. No son perfectos, más bien simbólicos. En toda la División, unos mejor y otros peor, la celebran como Dios manda. En Teremez se encuentra la 4ª Sección de la 12ª Compañía Anticarros. Debido a los continuos ataques rusos han sido agregados temporalmente a la 2ª Compañía del Batallón de Reserva Móvil, el Tía Bernarda. Han cantado villacincos hasta quedarse afónicos. Para apaciguar los ánimos han iniciado el rezo del Santo Rosario en recuerdo de todos los españoles que han caído en combate. Cuando van por la mitad, un fuerte estampido los deja atónitos. A tientas, sin saber nadie dónde está su equipo -y alguno que otro tambaleándose-, consiguen salir fuera y tomar posiciones en su pieza. Los ruskis no llegan al otro lado. Los españoles no cesan de disparar su fusil ametrallador. Uno de los nuestros parece haber acertado a una de las siluetas que avanzan: "Lo siento chico, ya se que éste no es precisamente el espíritu de la Navidad", se lamenta. Cuando la cosa se calma, vuelven al bunker donde, sin terminar el Rosario, se dejan caer sobre su camastro. Jaime Homar se ha puesto el uniforme de paseo y se dirige a la capilla, donde se celebra una emotiva Misa del Gallo que el Comandante de Estado Mayor aprovecha para comulgar. Aquel ambiente le recuerda años anteriores cuando, con su mujer, asistía a esta Misa en su tierra natal. Seguramente en este mismo instante sus paisano se encontrarían participando de ella en la Catedral y después tomarían unas estupendas ensaimadas con chocolate. Terminada la Misa, acompaña al resto del personal del Cuartel General, a la cena que preside Muñoz Grandes. Es Navidad y los rusos no saben que este día no se debería matar. A las seis de la mañana atacan con contundencia Udarnik, "el Teniente Ochoa había sido herido en el pecho y le habían hecho quince bajas en los treinta y dos hombres que llevaba" (José Martínez Esparza, Con la División Azul en Rusia, Madrid; Ejército, 1943, pag. 228). Al grito de ¡Arriba España! y a bombazo limpio, los españoles fueron recuperando isba por isba. Los rusos no se lo esperan y creyéndose dueños de la situación se ven sorprendidos cuando un puñado de españoles gritando como locos se les enfrentan. El anticarro Yola no deja de disparar. Es Navidad y Muñoz Grandes escribe la felicitación al pueblo español: "Duro es el enemigo y más duro es el invierno ruso ... pero más duros aún son mis hombres". (Gerald Kleinfeld y Lewis A. Tambs, La División española de Hitler, la División Azul en Rusia, Madrid; San Martín, 1983, parg. 227). Un año más tarde, la Navidad de 1942 en Pokrovskaia, el Cuartel General de la División, estuvo animada y, gracias al aguinaldo alemán y español incluso resultó rumbosa. Los paquetes con regalos y golosinas llegaron a todos los soldados de la 1ª Línea. En los lugares más a retaguardia, la Nochebuena se celebró con gran entusiasmo. Era una fiesta muy añorada y agradecida. Las cenas fueron abundantes. "Incluso en algunas poblaciones eran compartidas con los lugareños, que elogiaban sobre todo el turrón y el mazapán, que comían sin parar. A los gritos de ¡Chritus!, ¡Christus!, que daban los rusos, los españoles respondían con algún villancico popular" (Enrique de la Vega, Rusia No es culpable, Historia de la División Azul, Madrid; Ed. Barbarroja, 1999, pag. 89). Una anécdota que le gustaba relatar al general Esteban-Infantes para dar a conocer el espíritu y los sentimientos de los divisionarios, fue la ocurrida en la Nochebuena de ese año. Según contaba el general, aquella fría noche, a 35º bajo cero, decidió recorrer personalmente algunos puestos avanzados. En uno de ellos, al lamentarse el general de no poder ofrecerle mejores medios para contrarrestar el inmenso frío y regalarles algo mejor que unas cajetillas de cigarrillos, el centinela, sin abandonar la vigilancia del campo enemigo, le respondió: "Para nosotros, mi general, el mejor regalo que podemos recibir, es que nuestro propio general nos visite en la misma trinchera". (Emilio Esteban-Infantes, La División Azul (Donde Asia empieza), Barcelona; AHR, 1956) |
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